En los círculos psicodélicos circula la leyenda de que un grupo de elite tiene el control sobre el «grifo» del LSD del mundo y están dispuestos a abrirlo en el momento que «se haya elevado el nivel de conciencia de la Humanidad», por aquello de soportar el arreón. Puede que suene a utopía lisérgica pero durante la década de los 90 un solo hombre llegó a fabricar el 90% de todo el LSD que se consumía en el mundo. Y lo hacía desde un viejo silo nuclear, lo cual le da diez micropuntos más en su leyenda.
Entre 1991 y 2000, William Pickard fabricó millones de dosis de LSD, cuidadosamente impregnados en secantes, convirtiéndose, por arte de birli-birloke en tripis. Pickard era un químico con un currículum impactante: había sido director del Programa de Investigación de Drogas de Los Angeles y director de investigación de la Universidad de Berkeley, en San Francisco, epicentro del movimiento psicodélico en EEUU y, por ende, en el mundo.
Pickard veía el ácido como el sacramento de una religión y «ofrecía plegarias cada vez que cocinaba una remesa». El antiguo policía se convirtió al budismo durante su primera condena en prisión, en 1988, añade Wikipedia. Actualmente cumple dos penas de por vida en una prisión de Arizona, muy a pesar del movimiento ciudadano que lleva décadas pidiendo su liberación.
La dosis activa del LSD es extremadamente baja y, por tanto, inversamente proporcional al el riesgo de «colocarse» durante el proceso de fabricación, de modo que Pickard tenía un cuidado exquisito en fabricar ácido de la mejor calidad: el LSD que empapaba gatos Freddy, bicicletas y Panoramix no sólo era el mejor del mundo durante los 90. Era prácticamente el único disponible.
El antiguo silo de misiles desde el que William fabricaba su ambrosía fue financiado gracias a las buenas artes de su socio Gordon Skinner, un boyante traficante de marihuana. El objetivo de la pareja era fundar una suerte de utopía hippy, un lugar secreto desde el que inundar el mundo con el LSD. Dudo que este fin hubiera recibido los parabienes de Albert Hoffman, el descubridor del ácido lisérgico, para quien su hallazgo fue «un hijo problemático».
La historia termina cuando en el año 2000 Pickard decide recoger su laboratorio y moverse a otro lado, ante el inminente acoso policial. Pero no tuvo suerte: fue detenido por una patrulla de tráfico, que se topó con tartrato de ertogamina suficiente para fabricar 15 millones de dosis, bastantes como para dar combustible a un verano del amor con su otoño. En aquel momento el laboratorio unipersonal de Pickard era capaz de generar un kilo de LSD cada 5 semanas. Y un kilo de LSD cunde. Mucho.
La detención de Pickard supuso el hundimiento del mercado mundial de LSD, que prácticamente quedó desabastecido. En aquella época los tripis no estaban de moda, habiendo sido sustituidos por el éxtasis y una nueva generación de RCs (research chemicals). Años después, el LSD volvió con fuerza, ahora desde laboratorios de Rusia, Holanda y los países del este de Europa.
Leonard, en 1962, a los 16 años. Foto de Free Leonard Pickard.
Con información de Cracked, Wikipedia y Rolling Stone.
FUENTE: Facetrambotic y Twitterbotic!